Diego parecía encajar perfecto, como las piezas lo hacen en un rompecabezas, en la canción de María Elena Walsh "tantas veces me mataron, tantas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando..."

Parecía inmortal, como lo es su recuerdo.

Pero cuando lo inevitable ocurrió, cuando la muerte que no distingue y nos iguala le tocó, quienes más deberían velar por su imagen, se empeñan en matarlo aún muerto.

Resulta patética la miseria humana puesta de manifiesto, la carroña, cual buitres, desfilan por los sets de televisión repartiéndose los pedazos de Diego como si fueran salvajes en medio de la selva.

Abogados, médicos y familiares alimentados por la prensa, que son cómplices necesarios de semejante empeño en resucitar el muerto a la mañana y volver a matarlo por la tarde o noche. Es obvio que Maradona vende.

Millones, hijos, amores, drogas, cualquier cosa viene bien.

Menos mal que está el pueblo que lo amó, que le perdonó todo, que lo mantendrá vivo por más que se empeñen en destrozarlo.

Ese pueblo que lo llora y no le alcanza los 9 días de llanto y luto que marca la ley y que ni siquiera respetaron los más íntimos.

Esa gente que no será parte en la sucesión.

Esos desconocidos que mejor que nadie saben separar al hombre de carne y hueso, del genio de la pelota.

En definitiva los que se quedan con la magia y parecen decir “métanse todo el culo”, porque sabemos, él nos enseñó, que a Diego como a la pelota, no se lo mancha.

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